miércoles, 13 de octubre de 2010

Trip to Cambridge (or what went through my mind)


Un muy, pero muy, pequeño retorno a los que tanto me han dado. El teléfono suena y trato de responder. Lo hago entrecortado. Llamo también así. Los últimos alientos que intercambio con todos los que me son importantes.

Cierro los ojos con la ilusa idea de dormir. No es así. Tanto en la cabeza que, sólo gracias al cansancio pleno, le puedo hacer burla a mi mente durante una hora. Calabazas, inversiones de pruebas, ensayos, goles... el año ha sido tanto que es imposible no repasarlo ahora; es aún más difícil no pensar en lo que viene.

Justo antes de que clareé comienzo un ritual de mañana. Ése que K siempre me decía que era imposible que no tuviera sólo por dormir un poco más. Una mañana templada y soleada a la luz de una taza de café comienza a marcar mi partida. El outfit está listo; es el que me llenó de gozo este año.

Hoy manejo yo. No lo haré en mucho tiempo. Tomo la ruta de todos los días. La de las mañanas felices al centro. Me desvío un poco antes; también para ir a un lugar feliz.

Damien Rice en el aeropuerto pareciera ser una burla de que me voy. Yo yéndome, y el comiendo una hamburguesa ahí.

Porque no podía ser de otra forma. Porque así estaba escrito. La Chemistry conmigo en mis últimos instantes, como cuando era nió y también partía. El Inge en el teléfono. En el momento final, Bigabí, mi compañero de vida. Mi equipo. Mis pilares.

Rasguño mis últimos momentos en México. Estiro los segundos y digo todo lo que tengo que decir, lo que tanto y tan fuerte siento. Tanto, tanto, tanto. Mucho, mucho, mucho. Todas, todos. Todo.

La jungla terrible: mi hogar. Un último vistazo desde arriba. El valle verde y despejado como nunca.

¡Ja! ¡No! Por supuesto que el primer vuelo no me iba a dar la sorpresa de dejarme dormir. Entre una boca terriblemente seca y Jimmy Fallon y su gracia esporádica llegué al terriblemente aburrido Texas. Me topo de nuevo con ese cero halagador atardecer calcinante y amatista. No inspirador y ocre como los de la jungla terrible.

Una hamburguesa me hace ver las muchas horas que llevaba sin bocado. Un Johnnie Walker los jueves, los hielos del Barça y las maravillosas tertulias que gesté alrededor de él este año. Últimos momentos de este lado del charco. Estoy, también, con alguién. Cerca, muy cerca, de Patricio Sanz y el muro rojo.

Transoceánica se escucha pro primera vez en contexto. Se reafirma y contradice por una película y otra que, se supone, había de de secundarla, mientras me doy cuenta que paso justo por encima de Nueva York. Recuerdos súbitos llegan a la mente y aromas de lo que fueron otros meses del año.

Me contorsiono en los asientos a mi alcance. Cual fakir pretendo vencer al ingenioso y experimentado insomnio viajero. Pierdo la batalla. Abro la ventana y descubro que estoy ya del otro lado, en el que ya es de mañana. Añoro, por primera vez desde que dejé Juárez, el Emir y su elixir de mañana.

Thom me recibe con el apergio de los peces extraños. Una nata blanca y espesa, que hace las veces de nubes, cubre toda mi vista. El Reino Unido después, como lo recordaba, gris. Mágico, también.

Conozco otro mexicano que otra mexicana ya conocía. Mismo tormento que el mío; bueno el de él es tal vez peor.

Salgo de Heathrow y siento justo la ráfaga que esperaba. No la de frío, la de certeza en que la voy a romper. Un víacrucis ya predecido me lleva a cruzar Londres para luego recorrer la campiña inglesa en tren. He llegado a Cambridge. Era justo lo que imaginaba. Todo comienza.

Llego a casa vacía. Horas de hambre esperando a él o la exchecoslovaco para entrar. Hace frío. Ya adentro reconozco el espacio y las personas. Sé que estaré bien. Desemaco y arreglo el pequeó cuarto que me ha tocado. El de la jungla es rojo, este será verde. Como premonición inspiradora Cielito Lindo suena afuera de la ventana. No sé de dónde viene. Si sé lo que significa.

Descubro que todo es má caro. Ya lo sabía, en realidad, sigo el consejo de M y confío en las marcas propias. Al fin y al cabo deben ser lo mismo. Camino de noche y sólo por muchas cuadras y muchas colchas. Sé, ahora ya, que no pasaré frío, y tampoco me da el hacerlo. Al parecer aquí sólo debes temer al robo de bicicleta, nada más.

Leo, escribo, pienso. Los ojos se me cierran esperando a los nuevos roomies. No más. So ya casi dos días en el camino y el cuerpo ha decidido renunciar. Cambridge empezará mañana.

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