lunes, 8 de octubre de 2012

Primera parte: mi lugar feliz



Necesitaba escapar. Y bajo un pretexto, decidí regresar a ése, mi refugio. Tanto se había acumulado en meses de desgaste constante, de amedrentar el espíritu. Cuando se trata de ser fuerte, de empujar, llega un momento, creo, en que todo termina por salir. Sin querer, la vida y la muerte, el amor o el amar y el día a día me habían sobrepasado ya. No lo quería aceptar.  
Llegué a París de una forma distinta. Una más para vivirla, no para entenderla. La realidad es que cada vez la siento más mía. Me recibió con una luna llena, como si no pudiera haber mejor señal para creerlo así.  

En esa manera distinta vendría la primera realización, la de convocatoria, la del cariño que me pueden tener. Horas de whiskys y quesos, patos y conchas, y de un grupo que ha creído en mí. En corto, con L, el entendimiento de que regresaba porque tenía asuntos de ese lado del mundo y no sólo un pretexto de escape. 

También, la ya acostumbrada sobremesa de horas y horas de amigo entrañable. El buen Doctor y sus muchos consejos con apellidos familiares y la primera referencia de futuro ante mis incógnitas laborales. Lo confuso que se ha vuelto el qué quiero hacer con mi vida. Esta vez terminaría con bicicletas en medio de las luces desveladas de una ciudad que no deja de sorprenderme a ninguna hora. Una de las experiencias más liberadoras que he tenido. Justo lo que necesitaba para comenzar a dejar todos los sentimientos abruptos que llevaban tiempo rondándome. 

Lugar fantástico de respuestas y lágrimas de todo tipo de sentimientos. Las primeras, las respuestas, me llegarían en correos de casa y de juego. De comida pronta con Dios Padre. Las lágrimas, tramposas, ésas llegarían de muchas historias que he guardado y de momentos que ya no. 

Un día antes ya había puesto pie en ese lugar del Sena en el que enterré todo dos años atrás. Quería saber si aún seguía ahí. Y es que sólo deambular por esa ciudad me transporta dentro de mí. Entre tonadas que culminan en la cúspide Montmatre y Rothkos y Kandinskys se fueron los días. Ratatouille de muchos sentidos. El sentimiento de paz que ahora ya me trae el Jardin.  

Necesitaba regresar. Tenía que ser la primera escala. La que saboreo y disfruto como ninguna. El lugar en el que me encuentro. Comenzaba a tener respuestas, a respirar. Dormiría todo en Place des Vosges en tarde rosa serena de espresso. Sólo así podía ser. El lugar de mis más grandes pasiones. Mi lugar feliz. 

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