
Comienza a causar estragos el violento inicio de año y el ritmo sólo parece que incrementará. Tres días de hamaca no pudieron con la vorágine de todo lo que había traído ya. Éste, sin duda, está siendo uno grande. Estoy agotado. Se viene más.
La semana pasada, gracias a mi incensante inquietud y a mi irresponsable visión de las jerarquías, logré la primera estrella estando en el bosque. Riesgosa y feliz imprudencia que terminó posicionando la idea de que interpretando todo tiene sentido y todo se puede conectar. Un día más tarde ello me llevaría a asuntos lejanos de idiomas eslavos y los que vengan después.
Inicio del tiempo de excesos como celebraciones y con ellos historias habituales y nuevas que llegan. En medio, vibraciones vocales de siempre y tonadas familiares que mueven y transportan. La emoción de escuchar peces extraños y cortos circuito.
Por las noches sigo igual. Me invade la carencia como aquellas primeras semanas en la isla y al retorno de ella. Cuando por fin duermo, sueño. Ello todo lo vuelve cansado. Como nunca antes el subconciente me traiciona y me lleva a donde no quiero ir. Despierto de golpe pidiendo un respiro. Es inútil. El día también deviene así. Parafraseando a alguien más, calma y vértigo. Oráculo sintético.
Mamá decía que cuando niño me tallaba la nariz cuando estaba ya cansado. Ahora lo hago. El descanso parece que no tiene fecha próxima agendada.
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