jueves, 13 de agosto de 2009

El futbol, la selección y el mexicano

No lo voy a negar: el futbol es el coliseo de nuestros tiempos, un show multicolor que enajena a las masas, despierta pasiones absurdas, destruye hogares, crea héroes de barrio y paraliza sociedades.

Bajo esta óptica uno no puede mas que preguntarse ¿es retrograda seguir el futbol? ¿en verdad vale la pena que  dedique tiempo y esperanzas viendo 22 entretenedores corriendo tras un balón? Yo respondo: primero, no me importa y, segundo, claro que lo vale. El futbol, le guste a quien le guste, es un motor colectivo, un burdo reflejo de nuestros países y una válvula de escape fundamental de nuestras sociedades. Si no lo fuera, hoy no veríamos a la presidenta de Argentina buscar intervenir en la crisis más severa que el futbol en su país ha presenciado como un asunto de Estado.

En esta realidad, mi realidad, acepto honrosamente que uno de mis placeres más grandes es ver a las Chivas ganarle al América o, recientemente, ver al Barcelona meterle 6 al Madrid en el Bernabeu.


A pesar de los insumos de felicidad que ambos eventos me pudieran dar, existe un detonador aún más potente: la selección mexicana. 

Borges decía que el futbol es uno de los mayores peligros porque despierta nacionalismos. Tenía razón. Desafortunadamente la pasión por la selección mexicana se ha convertido en un grotezco nacionalismo que lleva a la gente a atacar la Embajada estadounidense en Reforma o insultar a unos turistas holandeses porque sus caireles rubios necesariamente se asimilan a los de nuestros vecinos del norte.


Aún así, bien canalizado, creo fielmente que el ver jugar a la selección despierta un sentido patriotico. No son los mejores, como no lo somos como pueblo. No son los más habiles, tampoco lo somos todos. No obstante, cuando no corren un centímetro o, en contraste, dejan el alma en la cancha reflejan exactamente lo que es ser un mexicano. Somos un pueblo de medias tintas, de contrastes. Vanagloriamos la cultura del "ahí se va" y la de "al ratito," pero también, cuando nos lo proponemos, hacemos todo por salir adelante y luchamos día a día por una vida mejor.


Hace algunos años me di cuenta de que había perdido mi arraigo regional. Un regio te dirá que antes es regio que mexicano. Un yucateco dirá lo mismo. Yo no. Por razones más que conocidas para todos mi arraigo regional se ha ido desvaneciendo. Como un amigo lo dijo alguna vez: soy un provinciano y punto. En este escenario mi arraigo es con México. Sin temor puedo decir que puedo detenerme unos segundos y ver hondear nuestra bandera y todavía se me pone la piel "chinita" al escuchar el himno nacional.


Así, lo digo enfáticamente: no hay hecho que despierte más mi patriotismo que escuchar el himno ser cantado por 105,000 personas en el Estadio Azteca. 


No conocí a Hidalgo ni a Madero. Definitivamente mis ojos no enaltecen a Colosio o a Fox. Luego entonces, los elementos que despiertan mi patriotismo son más urbanos, mas tangibles: el zócalo, la bandera, el himno, y sí, la selección.


Probablemente nunca afirme que en un juego México- Estados Unidos nos jugamos el honor, o que ganar es razón suficiente para correr por horas alrededor del Ángel de la Independencia, pero como en la vida, tampoco puedo negar que Estados Unidos es el rival, al menos social. Estados Unidos es el ideal mexicano, el concepto al que aspiramos, pero que dificilmente alcanzaremos, la encarnación de nuestra envidia como sociedad.


De esta manera, aunque sea en las "matatenas," ganarle a Estados Unidos siempre será reconfortante. El futbol, a través de la selección, representa eso: el único bastión en el que todavía podemos competir con ellos. 


Reitero, la selección no lo es todo ni es México en sí misma, pero representa y acoge una parte del mexicano que todos llevamos dentro. Es inevitable que cuando se enfrente a Estados Unidos no genere, al menos, un sentimiento de empatía.



Como en todo, la victoria cuando cuesta, cuando se sufre, se disfruta más. Celebro la victoria de ayer, me quedo con Cuauhtémoc y Gio y esbozo mi dicha al ver la cara de derrota de Donovan. Por cierto, a este último, con mucho cariño, le reitero lo que algunos paisanos ya le externaron en el estadio......







... y para que recuerde que de México no se va con las manos vacías , le regalo una  playera con esta leyenda. Que la recoja cuando se sienta mejor.







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