miércoles, 7 de noviembre de 2012

veintiocho

Este año no lo esperaba. Lo olvidé por completo. Añoraba más los tres días anteriores y el recuerdo de papá en la mesa. Pero también era inevitable, un año más. Uno distinto, tal vez el “Saturnazo” como A me dijo que debía llamarle. Como sea, de cambios, de golpes, de estruendos en todos colores. Y tal como la transición de los veintisiete, el cumpleaños sería igual. Ahora en un contexto distinto y con compañías de mesa que hace algunos ayeres serían impensables. Magret de canard – yo, en otras palabras - por la tarde y con los de ideología y tátarta por la noche con los tercios Jardón.  Mis pilares. Y así, en chiquito, disfrutar un nuevo año de una manera muy distinta. No que la celebración torbellino no vaya a llegar el fin, tal y como me lo dijo N. Podré haber cambiado muchas cosas en mi vida, pero ésa no puede ser una de ellas.

Lluvia de mañana y con ella un suspiro. Día de mensajes de acercamientos nuevos. De claro interés de nuevas historias que se gestan. Yo dejándome llevar y disfrutando todo lo que viene y todo lo que está llegando. Día,  también, de mensajes de sonrisas, de todos tipos, tiempos, colores y momentos. Día de sentir el aprecio, de valorarlo. De apreciar y cuidar cada momento también con una sonrisa mía. La mejor manera de sentir las cosas.

Uno más. Uno raro. Que vengan muchos. Mejor extraños que no raros.

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