martes, 12 de abril de 2011

Kostantiniyye

Llegué tarde y en un día totalmente gris. El golpe fue inmediato. Los olores cambiaban y se volvían cenizos. Mi propia concepción de la realidad por primera vez siendo cuestionada.

Aquí los días comienzan con vista al Mármara y con aceitunas y dátiles. Desde ese instante todo se vuelve confuso. Sultanhamet, que en el oeste la llamamos azul y su imponente belleza. Enfrente, el templo a Sofía, Santa o Aya, y el cruce de cultos y civilizaciones representado en un espacio inmortal. Topkapi y la opulencia de un imperio abusivo que denota las características de todos los grandes tiranos vencedores.

Ciudad de contrastes. Así, sin más. Todo avasalla. Todo el tiempo choca todo y te cuestionas cada una de las cosas que vez. Lugar entre dos continentes en el que basta cruzar el Bosphorus para regresar geográfica e ideológicamente a Europa, pero que se miente cuando el ferry te trae de vuelta a Asia. Mineretas que cantan y se responden. Te llaman a orar a un dios ajeno. Sabores, especias, colores y texturas que juegan entre sí en el Gran Bazar e interactúan con el viajero. La burqa y la carencia de ella, la gente y su hostilidad innata.

El cruce exacto entre oriente y occidente. Una ciudad fantástica, que no podría describir como bonita, pero sí como inigualable. Grandísima escala de magia terrosa.

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