domingo, 17 de abril de 2011

a-do-lo-ri-do

La duerme como en los viejos tiempos. Espera a que el delantero le haga el movimiento. Observa el espacio entre los defensas y tira un pase bombeado a tres dedos. Gracias al maravilloso césped en el que está jugando, el balón bota justo como lo había planeado y aquél no tiene más que empujarla a las redes. Después de cinco años sin jugar, al menos hay algo que el cuerpo no ha olvidado...

Sin embargo, mucho se ha ido ya. Una de esas cosas es la inmunidad a los efectos post-partido. En otras palabras, el tormentoso dolor que recorre un sustancial número de mis músculos el día de hoy.

No importa; cualquier dolor vale el estar jugando de nuevo. Había olvidado lo mucho que amo este juego no sólo en la tele, sino también en los pies. Afortunadamente, hay cosas que nunca se pierden.

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