
Todas las mañanas abro mi ventana y trato de predecir mi día. En realidad es una mentira tempranera, pues en un lugar en que el clima cambia cada veinte minutos eso es casi imposible. Hoy, contrario a todos los demás, supe desde el inicio cómo iba a ser.
Esta vez fue la primera en que vi un paisaje completamente blanco. Como niño chiquito esbocé una ginganteza sonrisa y sí, tuve que arrojar bolas de nieve a blancos indeterminados. Por la noche, después de una serie de pequeños eventos me di cuenta de que por la mañana había tenido razón. Me levanté y sólo supe que sería un buen día. Lo fue, en todos los sentidos y extensiones.
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