Existe un halo de intensidad vivaz que sólo tiene Madrid. La Puerta del Sol, sus damas ecuatorianas y quienes imploran por oro como si todavía llegara a carretonadas de Perú, dicen más de lo que quieren, añoran instantes pasados. Olor ocre y profundo a ciudad vieja con memorias de colonia. El Retiro y la Puerta, La Vía, la Castellana y sus otros dos nombres asoman los vestigios de capital. Clichés con azafrán y otros de Jabugo que me devuelven sabores admirados. Ruidos vocales, espontáneos y festivos, que definen el andar de la urbe. Elegancia informal que se mantiene intacta. Tal y cómo la recordaba cuando años atrás me sentí en casa y creí que algún día viviría aquí .
La tierra adoptiva de Drexler y los nuevos Camper viajeros, que apenas al llegar me dejaban en una de sus tantas casas, me indicaban que esta vez sería distinta. Mucho más cercana. La reconcepción del espacio y sus funciones que iniciaba en Malasaña. Las cortinas cerradas de media tarde y la fiesta tardía señalándome la verdadera esencia de este lugar. Familiaridad y facilidad. Sabores maridados con Riveras, confitados, fusionados, desconocidos, que alejaban mi paladar de sus entendidos esquemas. Mi propio reentendimiento de la ciudad. Una de las consecuencias que más valoro al vagar por la vida.
Esta vez me atrapó en aquel día del año en que todo lo es bueno y en el instante en que un cuadro me estremeció como hacía tanto no lo hacía ninguno. El líder con estrabismo justo después de los tacones multicolores, las sombras de carrusel que podían perpetuarse por horas y la maravillosa compañía a mi lado. M con la que he pasado tanto y con la que ahora me tocó compartir batallas con el chino y larga noche culminada extravagantemente madrileña, justo después del casi innombrable perro. Estupenda anfitriona. La noche anterior Phoenix, Two Door y las negativas de Döner; viernes convertido en los jueves de whiskys de la jungla terrible. También, desayunos escurridizos y otros de casa seguidos de siestas perfectas. El balance ideal que todos los viajes deben tener.
El trayecto cierra con la parsimoniosa tranquilidad de una amistad sin complicaciones y el gusto de haber podido estar cerca justo en un instante violento y cargado. Convivencia perfecta, maravilloso escape de la isla, sublimemente coronada en tonos de chocolate blanco y mascarpone.
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