La vida es lo que sientes; los minúsculos impulsos que pasan por tu cabeza y llegan a convertirse en estruendos incontrolables de sentimientos y sensaciones. La felicidad plena y pura, el dolor lacerante e insoslayable.
Hoy, dos días después, puedo decirlo con toda certeza, y supongo también con el dolor que eso conlleva: nunca en la vida había sido tan feliz como en los pasados dos meses y medio.
Nunca fui tan pleno, tan consciente de mí mismo y tan ingenuo de los bemoles que todas las causas externas pueden producir. Estuve sumergido en un letargo que sólo me dejaba vivir mi día, cada uno de ellos. ¿Para qué hacerlo de otra manera? En un cambio sustancial en mi vida, decidí vivir cada día, sólo cada día. Maravillosa fórmula que logró traerme calma y también, quiero pensar, transformar, aunque fuera por poco, una visión en alguien más.
Cada instante fue una fabulosa odisea. Desde el más mínimo detalle en sincronía hasta el abrazo más profundo y duradero. Las sonrisas que vinieron de un chiste y las que vinieron de un sentimiento. La sensación de compenetración, de suficiencia.
En ese estado mis sonrisas se potenciaron, por mí y porque pude, aunque brevemente, ser lo que necesitó; darle el tiempo, la calma y el aliento que no le habían dado. Más allá de mí, eso por sí mismo me hacía feliz…verla feliz a ella.
Fui feliz, como nunca.
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