
Comenzó el año. En realidad siempre es así: un mes tarde. Antes hay cosas, ciertamente, pero tan contradictorias como la noción misma de un año nuevo.
Inició con dos estruendos. El segundo provino de tierras galas; el primero desde el fondo de mí. El segundo ayudó; el primero me hizo comprender. Sonrisas.
El mes trajo consigo el recuerdo de los años anteriores, del camino del anhelo a su consolidación. La certeza de que los valores no se pierden, de mi ilusa vigencia, de que cada vez somos más. Roar.
Febrero y su etiqueta eterna. Yo y mis pretensiones de antinomia que contrastamente me llevaron a muchas etapas y lugares de mi vida. Desde ese domingo, la inquietud latente de entender cómo y de dónde provengo. La difusa noción.
Un cruce de miradas que me trajo la tranquilidad del hoy. Esa sonrisa. Nada más que eso, lo que necesito. Disfrutar el instante. Mañana no importa, hoy basta. Mi forma de entender las cosas ahora.
Se abrió el año; con él yo. A la luz de una luna fabulosa.
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