Abro los ojos ante la lluvia tímida que moja el naranjo que se vislumbra por mi ventana. Aquí la humedad pesa. No el calor, ése sólo la disfraza. El día no calcina, pero se siente. Por las noches salgo a la terraza y me quedo contemplando los verdes negroides de los árboles del gran patio trasero. La noche huele a huele de noche, por redundante que ello suene, y me recuerda cómo la abuela me arrullaba con la Rondalla hasta quedarme dormido. La luna, espléndorosa como siempre, se puede observar desde cualquier punto en el que me pare.
Es la casa de mis papás. Mi casa. El lugar en el que el verde se siente verde y recopilo los recuerdos de lo que solía ser y cómo tantos me entienden como tal aún. Es la última escala. La a que a veces no entiendo. La más amorosa de todas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Cursi!
ResponderEliminar