Hasta hoy, todas las mañanas atravesaba una puerta giratoria que imponentemente me obligaba a ver un majestuoso mural tricolor de Tamayo. Minutos más tarde, después de revisar mis correos y las novedades del día, bajaba por una gloriosa taza de café oscuro que religiosamente me tenían casi lista los expendedores. Así comienzan los días cuando eres feliz.
Hasta hoy, mis días transcurrían en el corazón de México, en el lugar en el que se edificó la ciudad de los palacios y en el que el mármol traído de lejos engalana la vista dorada de la cúpula de Bellas Artes. Son indiscreptibles las sensaciones que te vienen cuando estás en un lugar así.
Hasta hoy estuve en un lugar en el que pertenecía, en el que las horas no eran eternas y en el que la vorágine de nuevos retos y aventuras me hacían levantarme por la mañana. La única forma en que los días valen la pena cuando trabajas.
Hasta hoy trabajaba en lo que siempre soñé, jugaba a cambiar mi país y me regocijaba cuando podía aportar un poquito para que así fuera. Sólo así entiendo poder dirigir mi vida profesional.
Hasta hoy fui verdaderamente feliz. Mañana espero regresar a serlo haciendo algo igual.
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