lunes, 30 de julio de 2012
Baja
Abrí los ojos. Esta vez encontraron inmensos precipicios de arena y roca. Mientras el avión bajaba trataba de comprender esa otra realidad. La densidad de la línea y las caras que reflejan otras historias y formas de comprender el país y, sí, el otro también. No era mi destino final, pero el dejar de percibir el contraste violento era imposible. Apenas lo digería cuando ya viajaba de nuevo. Acantilados interminables de rayos de sol y olas hélidas. El viaje chiquito agendado desde hacía tiempo, ése que serviría para despertar.
El pretexto de enlace era sólo eso: pretexto; tal y como suelen ser ahora las más mínimas señales en mi vida con tal de ser feliz. El gusto por los amigos, sin duda, pero tal y como en su noche lo vería al romper el estereotipo, no está mal soltar las riendas de vez en cuando. Hasta en eso, un momento para mí.
Así lo fue. Entre sobremesas a la sombra de encino para ver caer la tarde en el valle con todas sus uvas en todos sus contextos, hasta mentas, almejas y erizos a la par de chanclas de desdén. Sabores de contraste y explosiones. Atardeceres que roban el aliento.
Un México que no conocía, en el que me conocí un poco más. En el que cada vez me acerqué más en mi camino errante para recorrer todos sus rincones y en el que de nuevo viví lo fácil que es enamorarte de cada uno de sus cielos. Perder el aliento, una y otra vez. Extasiado.
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