jueves, 21 de junio de 2012

Tocayo

Todas las noches invariablemente pasaba a darme un beso. Yo soy su tocayo. Muchas veces chocamos. Era normal cuando se tienen las mismas cejas y el mismo carácter. Escorpiones, al fin y al cabo, decía mamá. Pero siempre tuvimos nuestro lenguaje propio. Nos entendíamos mutuamente y como con nadie podíamos hablar con o sin palabras. Yo lo admiro como no admiro a ningún ser. Es mi héroe, mi máxima aspiración como persona, mi papá.

Ahora, en un momento así, tengo la gran fortuna de tener tantos y tantos recuerdos de él, inagotables todos, que se vuelve difícil ordenarlos. No puedo más que llenarme y ser feliz por ello.

Un tipo extremadamente ordenado que nos hizo la vida fácil hasta ahora al partir. Cuántas veces me recalcó que yo tenía que serlo también. Siempre impecable. Decía que era que la primera carta de presentación de una persona y llevó toda su vida bajo ese canon. Primero de pipa y chaleco, luego de pantalones mandados siempre a hacer. Jamás los compraba, pues no había como el que estaba hecho justo a su medida. Recto y claro. Sincero y directo. Calidad que me heredó y que a los dos nos ha dado altas y bajas.

Serio a primera instancia, increíblemente bondadoso y humano en la cercanía. Ahora la gente se me acerca a contarme cómo cambió sus vidas. Me cuentan de ese humor rompehielos tan suyo. De la risa en corto y de las carcajadas imparables hasta las lágrimas cuando se las dejaba ver. Hablan de cómo siempre estaba dispuesto a ayudar y a servir. Algo que siempre nos inculcó, tan claramente. Desde que tengo memoria, mi papá siempre me decía una palabra, una nada más cuando necesitaba ser enfático: actitud.

A la fecha no se me olvida y sé que el sabe que la llevo conmigo siempre. Sé que está orgulloso. Me lo dicen ahora todos a los que les platicaba de Juan y de mí, y me lo dijo él siempre, al encimárseme mientras veíamos la tele en su salita o cuando me decía mijo chulo. Hoy esas dos palabras retumban todos los días dentro de mí y son las que espero recordar por siempre.

Hoy no puedo más que recordar las tardes echando cascarita al llegar de la escuela y antes comer. Eso, antes de que se volviera villamelón y le gustara el tenis, otro de sus grandes amores, pero después de que construyó un estadio para la liga de futbol de sus pequeños. El cariño increíble que le dedicó sólo para que nosotros tuviéramos una espacio semana a semana donde jugar. Él me inculcó el amor al fut. También el sentido del trabajo. Nos obligaba a bolear los zapatos y barrer el garage desde muy chavos. Lo tomaba como una lección, como una forma de inculcarnos responsabilidad desde chiquitos. Mi papá nos enseñó a entender el valor de las cosas desde entonces. Me enseñó a tratar a las personas por igual y nunca ver menos o más a nadie. Creía en la gente y les daba, como nadie, el valor que tienen como personas. Confiaba en su bondad.

Con él viajé casi todo México. Siempre un viaje nuevo cada año. Para él era una gran contradicción no conocer mi país antes de conocer los demás. Me llevó a cuantos rincones pudo. Gracias a él nació el amor profundo que tengo por esta tierra, porque el suyo era igual de grande. A la fecha no hay organillero que no vea y al que no le aporte, ya que como el decía, sólo así podemos preservar la tradición. Siempre nos los topábamos al ir al Centro, una de sus mayores fascinaciones, tanto como las milanesas.

Mi papá nos amó con todas sus fuerzas. Cada detalle, cada rincón lo demuestran. Fuimos su todo. Hoy lo entiendo. Cuando nos exigía y nos consentía. Entiendo todas las cosas que hizo día con día y que todo, absolutamente todo, lo hizo siempre por ver una sonrisa en nosotros. Por él y gracias él aprendí a amar con todas mis fuerzas. A entregarlo todo. Que la vida sea plena, como fue la suya.

Y en la mente tengo muchas fotografías de él en su coche, jugando tenis, de sus siestas de los sábados, en el escritorio de la oficina, con su gorra al manejar en la carretera, con su toayita inseparable, poniéndose sus lentes, leyendo junto a la foto de mis abuelos, comiendo sandía antes de las comidas y mejillones por la noche después de sus cheetos, doblando sus pantalones impecablemente en el perchero, en su sillón…Todas seguirán por siempre conmigo. Todas son mi papá.

Lo extraño mucho. Era mi conciencia. Con él podía hablar todo y nadie como él para darme paz en los momentos que más la necesitaba. Me escuchaba como nadie. Me dio todo. Pero sé que sigue conmigo. Lo siento aquí. Lo estará por siempre. No puedo más que estar agradecido hasta el fin. Eso también me lo enseñó él.

Mucho tiempo temí este momento como a nada. Y ahora que sucedió me ha invadido una paz que no puedo explicar. Me enseñó bien. Puedo seguir. Al final, veo con una sonrisa su vida, mi tocayo. Un hombre increíble, entregado, que dejó huella en esta tierra y que descansa feliz. Mi papá es y siempre será grandísimo.

Me deja a mi mamá y a mi hermano. Me deja una gran tarea. Pero él sabía que podía. Él fue mi maestro, mi todo. Yo voy a hacerlo como si fuera él. 

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