martes, 26 de junio de 2012

belated birthday


Hace algunos años, justo el día en que logré un gran sueño, conocí una niña que me hipnotizó al instante. Una hermosa sonrisa en la que me perdí por mucho tiempo.

Vinieron idas y vueltas, pero conforme lo hacían la fui conociendo, me fui adentrando en su vida y ella se convirtió en parte fundamental de la mía. Compartíamos tanto y nos compenetrábamos de maneras extraordinarias. Por ella lo podía todo e hice sus batallas mías con tal de verla sonreír en medio de la gran vorágine en la que se encontraba. Creía fielmente que la amaba y que tenía todos los motivos para hacerlo.

Pero la verdad es que la historia siempre la conocí sólo desde mi lado. Ironía ante la intensidad de sus siempre presentes acercamientos y sus dichos de sentimientos recíprocos. Con ello, o a pesar de ello, mientras se acercaba mi día de partida todo se volvió turbio. Me aferré a ella y a mí y, en lo que en ese momento creí era una consecuencia de mi abandono, ella sólo me dio la espalda y, en un silencio que distaba tanto de la fuerza con la que me buscaba antes, me dejó ir.

Llegué a la isla devastado y conflictuado por ella que era capaz de recolectar un chicle por país sólo para mí, pero podía también desistirse de todo ello y de mí de un día para otro. Así, sin más. No podía conmigo ni con la idea y el sentimiento de quererla tanto y tan profundamente sin entender qué había pasado. Después de un fin de semana en mi lugar feliz decidí dejar todo atrás y poco a poco yo también dejarla ir.

Así fue como llevé la isla, pero no pasó un día en que no pensara en ella. Fui sanando y quise guardar sólo las sonrisas que obtuve a su lado. Regresé a casa en conflicto entre lo que fue y lo que quería. Quería buscarla pero no sabía qué sentía ni cómo iba a reaccionar. Las heridas estaban sólo cubiertas, pero también cubierto estaba lo
increíblemente feliz que me hacía.

Pasaron algunos meses y fue ella quien me buscó. Lo hizo justo después de su ahora travesía por la isla. Según me dijo, su propio momento de catarsis en el que yo también jugué un rol importante expresado en una postal de pocas palabras, pero de muchos días y sentimientos. Para ese momento yo estaba listo ya. Quería intentarlo, quería saber si era verdad toda la felicidad que intuía. Ella me dijo que también quería hacerlo. Y así fue, fácil. De repente, dos años se hicieron segundos en un instante y durante unas cuantas semanas todo ello fue verdad. Había vuelto la sonrisa y la mía.

Sin embargo, todavía tenía que entender qué sentía y no quería preguntármelo. Necesitaba descubrirlo o reconocerlo de nuevo a través de las sensaciones diarias, de disfrutarla a ella y a la historia. Pero necesitaba de ella. Ella siempre creyó que la amaría por siempre; yo no lo sabía. Necesitaba digerir años de idas y vueltas y comprender qué estaba dispuesto a dar y hasta dónde mi corazón podía aguantar. Y esa era una carga sumamente injusta que llevar. Era una sentencia adelantada ante sus propias dudas. Una siempre presente salida de emergencia.  Le pedí tanto dejarlo a un lado y despacito disfrutar lo que teníamos. No me sentí escuchado.

Pero como lo dije, la historia sólo la conozco y la cuento desde mi lado. Como ya había pasado, regresaron los días turbios y difíciles. Y en un ya antes escuchado escueto mensaje de carencia de sensaciones ella lo terminó. De la manera más fría posible. Su verdad, su parte de la historia. Ya no pude digerir lo que sentía. Esta vez decidí creer en su mensaje y ella se fue.

Dos días después, totalmente inmerso en un letargo extraño y vacío, pensé en cuando su abuelo murió y como, ante el individual y celoso luto de los demás, estuve con ella para que pudiera dejar salir el suyo; pensé en cuando esa sombra se extendió por meses y años y como estuve con ella cuando se tuvo que volver el soporte de su casa y se encimó la durísima responsabilidad de cargar con la unión de todos; pensé en todas las veces que la impulsé a brillar con esa maravillosa luz propia que tiene; pensé en sus peleas y cuando traté de ser escudo o desviarle los golpes para que no llegaran certeros, cuando hice todo por ayudarla a levantarse las veces que cayó; pensé en lo que hice el último día antes de partir a la isla y en los mensajes encriptados para darle ánimos desde allá; pensé en nuestras ganas conjuntas de cambiar México; pensé en todo lo que compartíamos; pensé en las carcajadas que siempre le pude generar y en todas las sonrisas que le robé. Fue ahí, justo ahí, cuando lo sentí, cuando me dolió.
 
Así como llegaste, sin que nada más importe, de la manera más inerte, te puedes ir. Me tocó tener que comprenderlo.

Sin embargo, tiempo después recordé todas las veces que creyó en mí y me impulsó a ir subiendo; recordé cuando mi abuelo murió y como fue la primera en estar ahí; recordé cuando Cantab se alejaba y parecía que ya no se podía y ella nunca me dejó tirarme; recordé cuando ella me ayudaba a encontrarle el verdadero tono a mis propias disputas; recordé como sabía decir siempre las palabras perfectas para regresarme a la calma cuando yo no podía más; recordé las carcajadas que ella igualmente me hizo botar y las sonrisas que también ella siempre me supo robar.

Ahí fue cuando me di cuenta de que en realidad nunca había tenido que ver con la compatibilidad, con el juego, con el fut o con las ideas. Esos sólo fueron pretextos, cerezas que además teníamos para llevar el día a día. Algo que simplemente volvía fantástica una compenetración que venía de otro lado, uno aún más potente. En ese instante entendí que de lo que se trataba en verdad era de lo que el uno podíamos producir en el otro. En la calma, en la fuerza, en las seguridades y en el espíritu que nos dábamos mutuamente.  En las sonrisas. En esa sensación de cercanía, de confianza, que a pesar del tiempo o la distancia no se va. Las verdaderas huellas, las que perdurarían y resistirían a pesar de todo. Es por eso y es ahí, creo, que las cosas se hacen tan difíciles de entender a veces…

… y es que, al final,  si no es por sentir algo así, por compartir algo así en la vida, ¿por qué vale la pena luchar? No importaban los muchos obstáculos.

Ahora que mi papá murió y regresó un ratito me ha dado la paz que tanto necesitaba. Me escuchó y me dijo lo que necesitaba oír. Como sólo ella hubiera podido hacerlo, como sólo ella me conoce. Me confortó como nadie, sin tener que hacerlo, en la distancia natural que ahora nos mantiene, simplemente porque sí, porque lo quería. Por ello le estaré infinitamente agradecido. Sin querer, me fue fácil trasmitirle todo y sentir de nuevo esa compenetración que tenemos desde hace tanto. A ello siempre le sonreiré. La vida da muy pocas oportunidades de conocer alguien con quien se tenga algo así. Ya sólo haberla conocido y saber que existe es suficientemente grande.

Este post ha pasado por muchas semanas y versiones. En cada una de ellas las conclusiones cambiaban y los sentimientos que dejaba al aire jugaban en todos colores. Tenía que estar listo y entender realmente lo que sentía. Al final, después de todo y tanto, después de todo lo que ella significa en mi vida, me doy cuenta que ya no quiero ocultar nada. No me quiero mentir más. No más estrategias ni mediciones. La quiero. No importa que se acabe.

Lo único con lo que me quedo es con lo feliz que me hizo, con su sonrisa, con la mía, con lo mucho que la admiro, con lo mucho y tan profundamente que la quiero y con la gran sensación de que existe alguien que se convirtió en parte de mí como nadie lo ha sido. La vida es así. Hay tantas cosas que no dependen de mí, ni de lo que creo, quiero o siento. Me tocaba también entender eso. Yo di todo de mí.

Al final, me doy cuenta también que lo que más feliz me hacía era hacerla feliz a ella. Un pleaser al que me llenaba tanto dar e intentar robarle sonrisas, todas las que pudiera. Uno que gozaba como nada compartiéndole mi vida y que ella me compartiera la suya.

Si algo sé es que hubiera dado todo por verla sonreír siempre, porque fuera feliz. Sé que ella también lo sabe. Sé que la pude haber llenado de tanto y todo el amor que necesitara por siempre.

Al final, simplemente me alegro por una de las más grandes historias de mi vida. Le sonrío a ella y a lo que tenemos. La distancia o las circunstancias no pueden cambiar eso.

Ayer fue su cumpleaños. No lo olvido. No tengo por qué hacerlo. 

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