
Despierto el domingo con un simple y contundente enojo contra el mundo. Así de sencillo. No más. Ese enojo dura dos días y no hay nada que lo haya detonado o aminorado.
Despierto hoy a las 5:30 de la mañana. Tuve que mover la interminable fila de coches que se encontraban antes que el mío. Los niños no leyeron para la clase que, casualmente, hoy duraba tres horas y empezaba una antes. Tardé una hora y media en llegar de la escuela al trabajo. Estoy de muy buen humor.
En serio algo está mal conmigo.
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