domingo, 18 de marzo de 2012

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Hay veces en que todo lo está. Compatibilidad, capacidad de conocer al otro y confortarlo, sonrisas múltiples. Sólo es cuestión de ponerlo a prueba. Ahí, aún con todo, es cuando se puede romper. Ese terrible punto de decisión en el que la racionalidad juega con lo que se siente y en que, como sea, algo se tendrá que concluir. No siempre se puede pasar.

Esta vez culmina en calma. Fui yo y no me traicioné. Llegué hasta donde pude llegar y pedí lo que tenía qué. Di todo, porque siempre lo hago para con todo. Ése soy yo. Me comprometo.

Queda el sabor en la boca de que siempre pudo haber más. Fue fantástico encontrar de nuevo esa cercanía y esas sonrisas. También, sí, fue fabuloso que fuera tan sencillo, al principio. Así pasa. Tampoco iba a ir más allá con mis propias preguntas si no tenía las bases para ello, si la relación no me daba para ello aún.

Al final, salgo con aquella certeza para conmigo que descubrí en noviembre y apliqué esa tarde de enero en la Roma: acepto las dos; tanto una como la otra me darían la misma calma, pues entiendo de donde vienen ambas.

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