
Siempre he entendido el sumo placer que me produce el Mundial; más allá de todo, ver a México jugar. Aún así, recordaba poco cómo se siente la euforia total.
El 2-2 de último minuto ante Holanda en el 98 o Marcelino corriendo y llorando mientras se persignaba ante el gol contra Italia en el 94. Sentimientos simplemente indescriptibiles.
La victoria contra Francia: insuperable.
Este año lo viví en un contexto muy distinto, no por ello menos intenso. No hemos ganado nada, pero qué bien se siente por el momento. Felicidad.
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