
Eran las 11 de la noche en la isla y desesperadamente mandaba correos al por mayor a casa con tal de poder comparar la oferta que tenía ahí. Yo sabía muy dentro de mí que no quería quedarme, pero también estaba seguro que no a cualquiera se le presentaban ofertas como la que yo tenía. Me aferraba a la idea de regresar a mi país, de contribuir, de poder construir.
Recibí muy pocas respuestas a esos correos. Las que lo hicieron no iban más allá de palmadas en la espalda y la idea de que siempre que hubiera lugar, yo era la primera opción. Sin esa certeza, pero con una mucho más grande, rechacé quedarme en Cantab y tomar vuelos al continente cada semana. Regresaba, sin tener nada, por México.
El regreso no fue para nada fácil y me topé con la verdad que acecha a todos los que queremos hacer algo: hay muchos que por muchas razones lo van a impedir. Vinieron los meses de acomodo, de rechazo, de entendimiento. Ellos se irían para dar a paso a las otras certezas, al momento en que la visión a largo plazo se volvía más nítida y al menos abría horizontes.
Pero los anhelos no se van sino que incrementan y cambian de formas con tal de cristalizarse. La semana pasada llegó el primero para verdaderamente cambiar a México.
Mi aportación al juego, a mi país, a contribuir a muchos años. Contento es poco. Satisfecho, nunca. Feliz y listo para lo viene, mucho.
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