Éste, se suponía, sería un año de transición. Planeaba poco a poco ir cerrando ciclos para preparar mi partida. En un escenario así, no podía traer mucho. En realidad, sucedió todo lo contrario. Año de cajitas de Pandora, todas por ser abiertas. Todas las abrí. Ésa, sencillamente, es la imagen que guardo para entenderlo.
Empezó con la fiel creencia de que los días se viven de uno en uno. Con ello todo cambió. Ante lo que tenía y sabía que vendría, vivir se hizo fácil y emocionante. Conforme avanzaba, ese tono se fue desvaneciendo hasta convertirse en el tiempo de los futuros. Se volvió el momento de entender y comenzar a idear de nuevo.
Año en que pisé seis tierras y en el que los motivos que me llevaron ahí englobaron los motores de mi vida. Todos tan distintos, cargados de su propia fuerza y que en sellos en el pasaporte irónicamente reflejan todo lo que me importa y soy. Aun así, ante todo, fue año de México, como meta e ideal, y no sólo como celebración. La noción pasional que me hace seguir trazando mi camino. Esa misma noción reflejada en muchos de formas distintas y descabelladas y que este año también fue idealizada a través de un balón. La verde y el desenfrenado amor por un juego que nunca deja de rodar. Esta vez lo viví de una forma mucho muy distinta. El Lil’ Pea y la confirmación de lo que J y yo creímos desde la primera vez que lo vimos. Los grandes momentos que produjo este año y la forma en que los compartí.
La idea de México se volvió todavía más latente cuando me tocó serlo de verdad, por fin de verdad. Como parte del camino andado éste había de ser el tiempo de confirmación, de dejar de ser el soñador y convertirme en un verdadero actor de lo que creo. Así fue. Lo que en el pasado había implicado una participación discreta y fuera de foco me llevó este año a pararme enfrente de un tribunal a aportar, sólo eso, lo único que me importa. Momentos de júbilo pleno, de realización, que fortalecieron mi compromiso y mis pasiones. El sentimiento de ingerencia y responsabilidad por mi país y la ciencia que me apasiona. Antes de ello, probaditas de academia con dos conferencias que me decían que las cosas estaban prontas a llegar. Espaldarazos, reconocimientos, pero de manera más gratificante aún, confianza dada que, entre otras cosas, me encomendó plantear y sostener nuestra posición de tú a tú ante secesiones unilaterales. En el medio, inmunidades, torturas, motes, límites, interpretaciones y la sensación de que estaba cambiando algo, de que lo que hacía valía para que las cosas fueran mejores.
Todo ello me llevaría meses después a la isla. El último punto de la agenda se cumplía y con él la vida cambiaba. Comencé a devorarme nuevas y esperadas letras; también, a medirme con otra vara. Felizmente, he tenido la fortuna de poder con las dos, de comerme a las dos. Irónicamente, una de las cosas que me acarreó ahí fue la misma que me consolidó y viceversa. El exterior validando mi trabajo del año y de los anteriores. La convicción de que tengo mucho por hacer al interior y de que no me detendré. Maravillosas sorpresas que llenan y comprometen. Mismas que me llevarán a trabajar con JC y los caminos que puedan abrirse de ahí. Todas ésas, nociones difusas y extrañas que por mucho tiempo parecieron lejanas y en peligro. Por eso, al llegar ahí tuve que irlas digiriendo con calma, con el silencio que el lugar me otorgó. Acarreando tanto conmigo, mejor regalo no pude tener. Para ese momento el año ya empezaba a cobrar factura y era el tiempo de empezar a hacer reflexiones.
Decir que fue un año compartido es de alguna manera cierta, pero incorrecta a la vez. Mi vida, mis aventuras y mis sensaciones sin duda las compartí, recibiendo a cambio apoyo y confort incondicional, como quien lo merece todo; no siendo así. Eso no es equitativo, no es compartir, es un gran regalo. Tantos conmigo que estuvieron por tanto que pasé. Lo mejor de este año. Ante todo mi familia, mi verdadero y más grande refugio. También, los desinteresados alientos de amistad y yo tan infinitamente imponente de devolverlos al grado en el que los absorbí. Cada uno de los 1/3 Jardón: A, G y B, mis pilares. Los que celebraron cuando mi felicidad no pudo ser más radiante, los que me levantaron cuando el dolor no dejó más de mí, los que estuvieron cuando simplemente ya no supe que sentir. Sus innumerables horas desperdiciadas en las locuras, pasiones e irracionalidades que insistentemente tuve que externar. Mi interminable agradecimiento y amor. KP, mi compañera absoluta de tantas y tantas batallas. Mi queridísima padawan con la que no dejaré de caminar, su fe en mí y, a veces, sus ganas de interponerse en mi propio fuego cruzado. D, la odisea por sus lares y el sin fin de conversaciones cibernéticas. La cercanía emocional que no se traduce en compatibilidad académica. N y su siempre feliz presencia. La que cambia los esquemas de mis días y la única que siempre, inevitablemente, me roba una sonrisa. L y la amistad y convicciones que perduran; no importando el tiempo y las latitudes. Camino conjunto que sólo se entiende conjunto. M y su eternamente gratificante compañía. La que le da racionalidad a mis irracionalidades y la que vuelve sencillo todo lo que no lo es. La calma simple que me otorgó incontables veces al tenor de un sake o los whiskys de los ya no tan constantes jueves. R, diciéndome “jefazo” y berricheando por mí y mis locuras. El que se la avienta siempre en las últimas y hasta el final. M, mi capitán de nave espacial, mi compañero y el hermano que gané este año. A, mi coach, mi consejero, mi amigo. El que por más que pase el tiempo y las circunstancias cambien el lenguaje no, la facilidad tampoco. Todos y todos los demás que me acompañaron, porque el mejor descubrimiento de este año fue el entender que nunca he estado solo, que mi voz tiene eco y que por circunstancias de la vida algo debí haber hecho bien para recibir tanto y ser tan afortunado sin poderlo explicar fácilmente.
Faltaría si no mencionara a K y todo lo que significó. La eterna sonrisa. El gozo de saber que lo que tanto intuí era real. Calabaza, entre otros motes que ella no conoció, y con ellos el cambió de dinámica para siempre. Ser lo que nunca habíamos sido. Un primer beso en tierras lejanas y el último aliento del día con el que me dijo las dos palabras que más valen. Dos de las vibraciones más penetrantes que he sentido en la vida. Meses de una fuerza indescriptible, insaciable, que me llenó profundamente. Recibir una fúrica propuesta de matrimonio como muestra de una sensación que iba más allá de los dos; aquélla que era tan clara pero que parecíamos rehusarnos a entender o querer. Compartir absolutamente todo lo que vale, lo que va por dentro, y lo pequeño, lo que hace los días. Curiosas coincidencias al ver la vida presente y futura. Un Güini Pu de un lado y chicles europeos, uno por cada día, del otro. Todo lo que acarreaban consigo. Mis berrinches ocultos ante su infinita capacidad de darme calma y los suyos, no tanto, cuando yo podía hacer lo mismo con ella. La sencillez de conocernos como nadie lo había hecho y como difícilmente alguien podrá hacerlo. Lo que creyó en mí. Lo que creí en ella. Lo que me pudo dar. Lo que le pude dar. Pero también, gritos y sinsabores, subidas y bajadas, dudas y verdades a medias. Momentos que no se entendieron más. Quiebre silencioso. Decisiones que se tuvieron que tomar. La confusa idea de que se puede llegar a querer de más hasta olvidarse de uno mismo. Ahora que ya no está prefiero sólo quedarme con aquella compenetración absoluta, con la sensación de que pudimos haber construido tanto juntos, con todas las sonrisas que le robé y con la felicidad plena que algún día sentí a su lado. Se volvió parte de mí y me volví parte de ella. No me arrepiento de nada y no espero más. La vida que dicta los pasos y caprichosa juega hasta que acomoda las cosas a su placer.
Este también fue un año de caminos y de procesos. Año en el que cumplí uno sin humo y diez de vagar. Siguiendo ciegamente un trayecto que no tracé pero que día a día toma forma. Año que me consolidó. Año en que me hice preguntas, muchas por primera vez. Año de algunas respuestas. Año que se explica de manera musical. Lo abrió Regina y lo cerró ella de igual manera. Empezó con Lasso y terminó con Lasso. Circuit Breaker de Röyksopp diciéndome justo lo que sentía, Norah Jones buscándolo refrendar. The XX la mejor banda y los Kings of Convenience la de siempre, la que me descifra. Drexler y sus reinvenciones por fin en contexto y fuera de él.
Año que se midió diferente, en el que con una nueva calma pude ir entendiendo. Año de sabores, de sensaciones, de sentimientos que abarcaron todas las amplitudes. Año completo, en todos los sentidos. Año tremendamente feliz, profundamente triste, avasalladoramente abrumador, irónicamente contrastante y totalmente mío. El más intenso de mi vida. Año de lunas en el que a pesar de ser intangible siguió siendo determinable. Sencillamente, uno de los mejores.
Al final, después de tanto que viví y enfrenté, de todo lo que me deja, saco una conclusión: soy quien siempre quise ser. Maravillosa revelación. Me faltan y me sobran cosas, situaciones y personas, pero, después de todo, el camino que llevo es el que ideé. Las piezas y las circunstancias tomarán su lugar como deban hacerlo. Yo seguiré recibiendo y aceptando la ráfagas y estruendos que la vida me quiera traer. Este año, como todos, como ninguno, estuvo repleto de ellos. El que viene simplemente será el que viene. No pido más.