martes, 30 de noviembre de 2010
noviembre
casa de tarde
lunes, 29 de noviembre de 2010
snow
domingo, 28 de noviembre de 2010
w & w
jueves, 25 de noviembre de 2010
Sea
¿pil?
lunes, 22 de noviembre de 2010
domingo, 21 de noviembre de 2010
deambular
little break
domingo, 14 de noviembre de 2010
semana extraña
sábado, 13 de noviembre de 2010
"Empowerado"
jueves, 11 de noviembre de 2010
martes, 9 de noviembre de 2010
...
lunes, 8 de noviembre de 2010
P_r_s
Todo empezó con un croissant y un espresso porque la regla lo dicta así. Porque el pan de mañana inevitablemente anuncia que el día será bueno. ¿El espresso? Ése es el remedio natural para la fragilidad de la noche. La misma que me había visto llegar después de los cielos pastel de Degas y que había anunciado que eran veintiséis ya. Caminaba cuando en el Boulevard des Invalides me encontré como tal ante la lluvia temprana que parecía indicarme que desde ese momento todo cambiaba y todo lo iba a lavar. Fue un aviso porque al llegar al Jardin du Luxembourg había callado ya. El único sonido que percibía era el del tapiz de las hojas crujiendo a mis pies. De ahí, nada. Se detuvo todo. Respiré profundo y comenzó a salir. Anduve de nuevo hasta que mis sentidos se potenciaron abruptamente cuando los colores comenzaron a mezclarse. Formas y texturas conocidas se combinaron con los aromas del mar y la campiña. Colores cítricos y crustáceos acompañaban el delicado añejamiento en Rue Descartes. Justo ahí donde me vi en la imperiosa necesidad oler y mancillar quesos de todos tiempos. Había regresado la fusión de sentidos que en la isla había perdido. Pero siguió saliendo y la necesidad se apoderó de mí en la Señora. Añoré casa justo con una muestra de ella. Imploré por todo. Lo que fue, lo que es, lo que no, lo que será. Serenidad manzana que disfrazaba la violencia que volvió cuando terminaba de pasar por las dulcerías del cuarto arrondissement, cuando ya había perdido el rumbo. El paso errático como consecuencia natural de este lugar. En la algidez de la desesperación tonadas festivas y contradictorias llegaron a mis oídos. El ejercicio de la libertad en el lugar en el que siglos atrás se había gestado. Continué con mi caminar dudoso hasta que sin quererlo, como todas las maravillas suceden, me encontré con un lugar que me pareció familiar. Mi pequeño amor de mis primeras nociones aquí. Place de Vosges me detuvo a sólo dejar pasar el tiempo y recordar quién era yo. Tonadas de la franconfonía me acompañaron a registrar todo ante la indubitable sensación de que algo había cambiado ya. Otro espresso y una bombita au chocolat me lo confirmaban. Por primera vez en mucho tiempo quise fumar como antes, como cuando tenía que coronar los momentos perfectos. No lo hice, al parecer la voluntad puede ya más a pesar de haber sido el momento ideal. Mis Camper viajeros me llevaron a Place de la République cuando el cielo se volvió a romper, como ya lo había hecho antes en mi despiste por Boulevard Voltaire. Decidí no resistirme de nuevo. Ante todo lo disfrutaba tanto y sabía por qué el agua estaba aquí conmigo. Dejé que hiciera lo que había venido a hacer mientras sin notarlo la ciudad se volvió negroide y magrebí cuando la noche cayó. Dejaba los Gares du Nord y de l’Est pero mi cabeza había dejado estar ahí desde tiempo atrás. De repente paré y ante un letrero que señalaba que era el momento de subir los adoquines me guiaron hasta los faros de Montmartre. Mis pies, melancólicos ya, subieron a Sacré Couer para sólo suspirar mientras el viento helado lo hacía conmigo ante la imagen completa de la ciudad. La que me mueve y despierta tanto en mí. Entré y fui recibido por cánticos teos que me invitaron a quedarme en el calor de ese lugar. Cuando salí el lugar cambiaba de nuevo y se había vuelto rojo. Vulgaridad gozosa que hace que este lugar se explique de tantas formas y féminas que me ofrecían cariño obstruían mi andar por las luces de neón. La última o primera escala del día estaba pronta y el paso debía acelerar. Me recibía saltando mi pequeño superhéroe sin recordar lo que un año atrás había hecho por mí. Por fin, después de un mes, empatías. Me reencontraba con el Doctor al cual había extrañado tanto cuando la oficina se volvió gris. Naturalmente, las horas se hicieron cortitas y el vino y el queso escasearon. Tanto que externar y tan pocos impedimentos. Cuando la ciudad había muerto el lugar se convirtió en una escala no planeada y extendida que no indicó mas que la calidad de amistad que tenía ante mí. A la mañana siguiente era tiempo de partir no sin antes disfrutar de la energía de la bilingüe y feliz calamidad de dos años por una última vez.
En mi camino el cielo se partió de nuevo. Lo dejé hacerlo mientras la necesidad de un baño se hizo latente y un pequeño descanso era obligatorio antes de continuar mi trayecto sin rumbo. Fue imposible hacerlo sabiendo lo que había ante mí. Bajé en Solférino para instantes después perderme profundamente en un pequeño e interminable mar de Cézzane. Tristemente, el tumulto me invito a salir de ahí teniendo que dejar enfrente un pretexto para volver. Gozosas mentiras ante la falta de necesidad. Lodo en el Jardin des Tuiliries mientras las castañas empiezan a venderse ya en este época del año y las palomas cambian el color de la estatua de Renommée. Repudié el imperio como ya lo había hecho antes con la idea de ingresar al palacete ante mis ojos. Caminé sin rumbo por la arquitectura gótica cuando mis entrañas me dijeron que era de nuevo tiempo de parar. Dos clichés de media tarde para aminorar el hambre. La primera de siempre y la segunda de mi primera vez aquí y su cítrico sabor gasificado. En zig-zag la tarde dejó de serlo y me encontré dónde de los edificios cuelgan banderas, cada una de distinto color, las marquesinas tienen nombre y apellido y donde enfrente del Palais de l'Élysée un guardia en exceso de dimensiones parecía indicarme que no debía permanecer mucho tiempo ahí. En el obelisco de punta dorada y concordia era de noche ya y yo debía emprender el paso por el camino de la victoria. El delirio de masas que en la noche lo es de cualquiera, cuando la luz parece regresar. En el arco me reconocí para acompañar la guardia de honor que enarbolaba los valores de la República. Por asombro callé. Regresé por el camino de las marcas cuando la lluvia apareció de nuevo. Ya no importó. Comenzaba a despedirse y me acariciaba diciendo que había vuelto a ser yo ya, que había hecho su trabajo. Quería cruzar el Pont Alexandre III y el oro que lo resguarda. Ante mí, de nuevo Les Invalides como la primera vez que estuve aquí y como había empezado el viaje. Esta vez oscuro y calmado. Los faroles me hicieron voltear la mirada. La noche silenció y la lluvia se detuvo justo en medio del Sena ante la imagen de mi vida. Tuve que callar y mirar y mirar por tantos minutos sin poderme saciar de aquella torre y su indescriptible magia. No podía con el momento ni conmigo. Brotó de nuevo. Añoré, entendí, me maravillé y la fusión de olores, sabores y esencias llegaban a la cúspide en el momento en que todo cobraba sentido. Todo lo había valido. De ahora y de antes. Caminé hacia allá hipnotizado. Llegué de ladito; por donde no entran los extraños, callado, gustoso. La disfruté. Me empapé de todas las sensaciones que al año me habían hecho traer hasta aquí. La calma por fin llegó a mí. Crucé Champ de Mars no queriendo voltear porque conocía el olor de la despedida. Dándome cuenta que no había olvidado el idioma del todo, el fruncido sabor lo cambié por aquél de un último manjar. Inevitable forma de casi terminar mi paso por aquí. Mis piernas no podían más cuando llegué a la ventana donde la había visto la primera noche. Junto con un Bordeaux y un Emmental comencé a escribir. La única forma en la que pueden terminar los momentos de vida.
Antes de irme pasé a ver a la más hermosa de las tricolores ondeando con todo fulgor. A la par de vieja amiga, degusté frutos de los mares de Normandía traídos a mi mesa este mismo día. Como rogándome que no me fuera, el laberinto de trenes me hizo perder el rumbo. Al encontrarlo corrí, corrí y corrí mientras pensaba que no quería hacerlo, que no era malo y sólo había que detenerme para seguir continuando con mi amorío. Llegué. El amorío no se acabó.
Paris signifie beaucoup pour de nombreuses personne. Pour moi, c'est encore plus.