Como cuando vivía en el sur y el calor de mayo hacía estallar la tinta de la pluma que guardabaen el pantalón, el mes de nuevo trajo esa clase de sensaciones consigo. Salvo por dos sublimes momentos de felicidad, gigantezcos y fabulosos, mayo fue asfixiante.
Calor brutal. Calor del que cansa, del que no deja pensar, del que altera la mente y la voluntad. En todo momento, en toda situación.
En medio de tanto, la certeza de saber quién soy y entender dónde estoy. Saber que tengo a quién acudir y que encontraré eco.
Mes confuso de sinsabores. De aullidos de irrealidad latente; de realidad ambigua. De necesidades inentedibles. De exigencias desaforadas. De desgastes. De cosas y cosas y cosas y cosas y cosas nuevas y viejas, viejas y nuevas, que parecen no tener explicación.
Mes de mucho y absurdo trabajo. A pesar de ello, el comienzo o la culminación. La primera meta hecha realidad con tanta fuerza y con tanta potencia en un contexto en el que sigue siendo difícil digerir. Diría por fin, pero la verdad es que no tardó tanto en llegar. Las mil y un que tendrán que llegar aún, siendo lo que son, un maravilloso juego.
Ponchito y saberme tío. Felicidad.
Mayo regresó un estado. Ese que no es feliz ni infeliz, sino transcurre. Sólo eso. Tendrá que quedarse poco.