Sí. Es el sol de marzo. Ese embustero que cada año anuncia que ha acabado el invierno y con él los climas decentes en la urbe de asfalto. Marzo tiene la terrible e insuperable condena de ser el mes más irrelevante del año. En marzo no pasa nada. Sin embargo, este año el sol de marzo vino sonriente, trayendo consigo muchas cosas buenas.
Trajo un viaje al sur. Uno más. Éste diferente. Refrescántemente diferente; haciendo lo que no hago en el sur, sino en el centro.
Trajo días de dudas y pesares. Pocos; habrá de ser síncero. Pero gracias a ellos llegó la sensacional idea de salir al camino. Sólo con unas canciones y mi cabeza. La forma más falsa de la soledad; más traicionera. Con el pretexto de encontrar al futuro sobrino, me terminé encontrando a mí. Frenética calma.
Las explosiones comenzaron en marzo. Grandiosa noticia de jueves que confirma el camino trazado. La sesanción de pequeñez y grandeza en el aliento. Incontenible felicidad que fue bien compartida. Una noche con casi todos los que importaban. Desde ahí, en realidad antes, el chasquido como modus vivendi.
La comodidad que parece llegar. Estímulos ajenos y cosas que cambian trayendo consigo momentos plenos. La sonrisa eterna.
Marzo fue tan bondadoso que adelantó un nuevo viaje, fabuloso. También, probablemente adelantó otro al sur, muy al sur; a hacer lo que me gusta hacer.
Marzo trajo estruendos violentos de plenitud; de ésos por los que se vive.