No tengo nada en contra ni a favor del día de San Valentín. Me valen olímpicamente los chocolates y las rosas, pero también los comentarios que señalan que el día es una fecha consumista y decadente. Simple y sencillamente, no lo celebro.
A pesar de ello, más allá de la parafernalia que trae consigo, el día siempre me recuerda una verdad irrefutable: soy muy malo procurando a mis amigos. No obstante, y espero que así lo entiendan, creo fielmente que las amistades existen; valen la pena. En contraste, las historias de amistad que terminan lo hacen a consecuencia de que la vida pasa y porque probablemente no eran amistades tan sólidas.
Creo fielmente que las amistades verdaderas no terminan nunca; no importa la distancia y el tiempo. Supongo que de alguna manera pasa con los amores; siempre hay algo que queda. Con ello no me refiero a ese lugar común que dice que "donde fuego hubo, cenizas quedan", sino simplemente a que las personas que fueron importantes en tu vida, nunca se van del todo.
Creo que digo todo esto porque ayer mientras regresaba de una cena las 2 de la mañana, caí en la cuenta que de alguna manera u otra, este fin de semana había tenido contacto con muchos de mi amigos de muy distintas épocas y circunstancias, así como con personas que fueron sumamente importantes en mi vida. En ese trayecto y creo que desde entonces he pensando las vueltas que da la vida, lo muy poco, pero a la vez lo mucho que conozco de cada uno de ellos y lo que han influído en mi vida.
Nunca me imaginé de nuevo conversar con P y recordar aquella noche de tulipanes en su casa; esa familiaridad lejana de los que en el juego de la ignorancia se proclamaron almas gemelas. Ya había sido suficiente ironía encontrarme con ella después, como para volverlo a hacer ahora. Siendo la primera, siempre queda algo, supongo.
En medio de todo ello una prolongada comida con B y D al tenor de Carmenere y el necesario "desempanze" que solo un 43 te puede dar, mientras A sugería en el teléfono el lugar a dónde ir. Fue el regreso a Valle y a las tardes de calor asfixiante en Querétaro. Un día antes estuvo A y el cigarro que le tuve que negar.
Igual que con ellos, llamadas con C y A que remembraron tiempos más recientes, pero no por ello menos significativos. El J que se aproxima y la certeza de que este año no le estropearé el cumpleaños a C. KP y la estafeta que le transferí.
N y su prolongada ausencia. La única persona para la cual el 14 sí puede fungir como excusa. Ella con una vida tan ocupada y la mía que pretende serlo. N como una de las personas a la que más quiero y de las pocas a las que no dejé atrás cuando abandoné el sur.
Helado y café con M. Una ya natural presencia en mi vida. Gran refugio. Siempre uno de los mejores momentos de mi semana y de los que más valoro.
Finalmente, cena con A, G, N y D en la que ya avanzada recordamos el día en el que estabamos. La certeza infinita de horas placenteras alrededor de una mesa. La seguridad de que las amistades existen y no se presionan.
Así fue. No pretendiendo celebrar el día, terminé haciéndolo. No como la gente lo hace con rosas y chocolates, sino con palabras y tertulias a la luz de la simple presencia. La mejor manera de hacerlo.
Pocos faltaron, tal vez muy importantes. No importa, al fin de cuentas las amistades o los amores se celebran en presencia, cualquier día, a cualquier hora.