¡Jamás la simpleza de la cronología de hechos podría alcanzar a describir un año! Tampoco alcanzaría el agrupar los procesos que se desenvolvieron en él. Este año, como cualquier otro, se compuso de explosiones e implosiones de sentimientos y sesanciones que me arroparon mientras la contundencia los sucesos se apoltronaban en el presente.
Irónicamente, el presente no es algo que pueda evaluar en el presente. Aunque unir puntos hacia atras es el método que me inspira más confianza, su exactitud siempre estará marcada por mis percepciones; por esa mínima y abstracta noción que pueda tener sobre el acontecer de mi vida. Así, evaluar la calidad de mi año termina siendo tan relativo ...
Mi año y mi vida se encontrarán por siempre marcados por los ojos de mi abuelo mirando lo míos fijamente, mientras la escasa fuerza de su cuerpo sujetaba mi mano en señal de adios. Lo sentí en ese instante y lo confirmé una semana después cuando regresé y el sol me quemaba como nunca mientras el feretro bajaba para luego ser cubierto por incontables coronas de flores. No caí en cuenta de su ausencia hasta que horas más tardé vi su sillón vacío. Su ausencia penetra cada rincón de la casa, del aire, de la vida de mi familia. Mi vida no será igual. Lo extraño.
La muerte se mantuvo presente. La de E y las injusticias de la vida. E y su alegría, su vitalidad. E y la certeza de que la vida, por mas corta que sea, puede generar impactos. E y la amistad inconmesurable que perdí este año. Triste y contradictoriamente adquirí la noción de mortalidad. Sí, esa que tuve latente meses más tarde mientras un cañón se postraba en mi pecho.
Este año pude poner en práctica mi regla personal, sí esa que claramemente me inculcó A y que vi criztalizada después en las acciones de R y AP: de nada sirve el conocimiento sino se trasmite. Tuve la oportunidad de hacerlo con los ahora pupilos, siempre amigos, pero sobre todo pares, por más contrastante que eso pueda sonar. Pude alegrarme al ver que lo que empecé hace ya unos años continuaba sin mí y de mejor manera. Un mes más tarde, mientras me despedía de D.C., pude atestiguar que más allá de las victorias, los valores del juego se mantenían allí con ellos. El J sólo es algo si entiendes que se practica con lealtad hacia los tuyos y hacia quienes no lo son. Es un juego, un medio, y no un fin en sí mismo. Fue magnífico ver y sentir que así lo entienderon.
Pero la práctica de la regla no acabó ahí. Ahora mi casa me dio la oportunidad de hacerlo del otro lado de las bancas donde yo me senté. El edificio triangular del Eje Central también me brindó esa oportunidad. La realización de un meta personal en mi corta carrera. Todas ellas se han visto enmarcadas, precisamente, en algo más grande, más poderoso, por fin real.
El año anterior y el que le antecedió se vieron envueltos en la desesperación por las desviaciones de mi camino. Hoy las cosas han cambiado; me han llevado hasta las tierras del Gallopinto y las de la Carmenere. La vida me permitió este año poner en práctica lo que más me apasiona. En este proceso me he enfrentado al Estado desde el Estado, a la lógica desde la razón y a mí mismo desde mis anhelos. Tuve la suerte de encontrar los caminos para sentar bases, constuir puentes. Me pagan por jugar , por inovar, por sentarme a intentar realizar un pequeño cambio desde mi computadora. Trabajo en lo que más me gusta hacer: soñar.
Sin embargo, el año, todos los sucesos descritos y los aún no descritos giran, los entiendo, los aprecio y los valoro en gran medida gracias a los que estuvieron aquí: G y lo más parecido a una sociedad de convivencia. El que estuvo presente en las comidas diarias que explican lo que ha sido de mi en estos 364 días; igual en el y los viajes, las y las casas. KP y el ánimo que una sonrisa te puede dar, aún cuando la protuberancia de las cosas sea más cónica que nunca. En contraste, A y la racionalidad de la locura. Ella y su ejemplo de acción. La sana compatibilidad de mentes que guardo con ella y que permiten que el tiempo se vaya tan rápido cuando nos sentamos a la orilla de una mesa o a los pies de mis sillones chocolate. P y su insistente presencia. La muestra de amistad que crece y se desarrolla sin querer, como deben de ser todas. A y sus siempre sabios consejos, su siempre reconforntante presencia. Este año más lejos, no por ello menos presente. M, mi refugio más preciado, la certeza de que hay amistades que lo resisten todo. Todos los no nombrados. Ellos, porque cada hecho se lee a través de quienes lo conviven.
Pero ellos no bastan; hay alguien más. Ella, la que me escuchó decir lo que tanto me costó entender. K y su eterna presencia. El motor de mis mayores frustraciones y la causa de que el amor y la razón se intercalen de formas caprichosas; la materialización futura de una historia, no una anécdota, o al menos la pretensión de serlo mientras vibró. Su sonrisa grabada para siempre en mi mente; la mía al recordar que es parte de mi vida. La razón por la que ahora se va, la decisión de velar por mí y no más por ella. La pérdida voluntaria que aún no logro asimilar ni terminar de querer, pero sí necesitar.
Con ella también se entienden otros cambios. La necesidad de escribir, la escisión del cigarro. ¡Mayúsculas modificaciones inesperadas! Curioso motor.
Entre todo ello el arpegio de los peces extraños mientras la cabeza de radio lo entonaba finalmente en vivo y en mis audífonos. Sin pensarlo, y de alguna manera sin entenderlo por completo, la canción que marcaría mi paso este año; el mismo en el que celebré diez de haber cumplido quince; el mismo en el que el Barça lo ganó todo, la Chivas nada, y México lo de siempre, lo mínimo.
Al final los puntos que unen este año se unen con los de otros. La vida transcurre y con ella yo. Si he de evaluar el año digo que fue un año, uno más, tremendamente bueno, bruscamente malo. Un año agónico, feliz, violento, eufórico, soso, aleccionador, vibrante ... tangible, real.
Viene uno nuevo. Huele diferente.